Una de las célebres figuras de la historia de la actividad física pasó por vivencias peculiares. El hombre que inspiró a muchos tuvo una infancia difícil, y ese fue el motor que lo impulsó a desarrollar un sistema único de trabajo del cuerpo que hoy sigue siendo furor.
Joseph Hubertus Pilates es una de las célebres figuras de la historia de la actividad física. Cualquiera que escucha o lee su apellido inmediatamente lo identifica con el popular y homónimo método de ejercicio, que suma millones de adeptos alrededor del mundo. Sin embargo, su vida no es tan conocida como su legado. Detrás de la faceta del inventor, muchos desconocen el difícil camino que lo llevó a la cumbre del fitness.
Oriundo de la ciudad de Mönchengladbach, Alemania, Pilates nació en 1883, bajo una ascendencia ligada al bienestar físico. El padre, un cerrajero de origen griego, fue en su momento gimnasta, mientras que la madre practicaba la naturopatía, un tipo de medicina alternativa que propone que, estimulando el cuerpo, éste sanará solo.
Las biografías y entrevistas a sus discípulos hablan de un joven muy delgado, que desde la niñez padecía distintos problemas de salud: sufría asma, raquitismo y fiebre reumática. Su musculatura era débil, tanto que terminó desembocando en anquilosis articular (disminución o imposibilidad de movimiento).
No obstante, aquella condición fue uno de los impulsos para desarrollar el famoso sistema de entrenamiento que busca el balance entre el cuerpo, la mente y el espíritu. Recurrió al ejercicio como forma de aliviar las dolencias. Pero además, como le llamaba la atención su respuesta corporal, le causaban intriga los límites que podía alcanzar.
Por ende, Pilates estudió diversas disciplinas, como el yoga, el taichi o el culturismo. Y tomó conceptos griegos sobre la formación y el acondicionamiento de los atletas olímpicos. Como ayuda, contaba también con un libro sobre anatomía que le obsequió su tío para conocer a fondo el cuerpo y mecanizar las variantes, controlando la respiración.
Gracias a la práctica (hacía esquí, buceo, gimnasia y boxeo), logró dejar atrás los inconvenientes de salud una vez transcurrida la adolescencia. A los 30 años se mudó a Inglaterra, donde vivió un tiempo antes de participar en la Primera Guerra Mundial. Por entonces trabajaba como artista de un circo.
Durante el conflicto bélico, pasó tres años y medio trabajando como camillero en un hospital. Entre sus funciones se dice que organizaba sesiones con los prisioneros para mejorar su condición física. Cuentan que enseñó técnicas de movimiento a muchos de los más de 20 mil prisioneros en el campamento de Knockaloe, en la Isla de Man.
Tras la guerra retornó a Alemania. Allí continuó con su preparación hasta que en 1926 emigró a Nueva York. En el viaje conoció a Clara Zeuner, quien se convertiría luego en su tercera esposa. Al recalar en Estados Unidos, juntos abrieron un gimnasio compartido con un estudio de danza y arte. Bailarines y acróbatas fueron sus principales alumnos.
En aquel momento y a diferencia de las décadas venideras, el sistema aún era conocido con la denominación original: «Contrología».
Específicamente, el método Pilates (finalmente, perduró con el apellido del autor) consiste en una práctica que se enfoca en el trabajo de la corrección postural, buscando alcanzar un control preciso del cuerpo, de la manera más saludable y eficiente posible. Así, se pretende eliminar los malos hábitos posturales, mejorar la flexibilidad muscular y optimizar la movilidad de las articulaciones.
La modalidad se centra en estiramientos y tensión, controlando el cuerpo -en particular el abdomen y torso- y logrando reeducarlo. Como herramientas para aumentar el dominio, la fuerza y la flexibilidad, se utilizan el reformador, el barril, la silla, el trapecio o también en el suelo sobre una colchoneta, todas ideas e invenciones del entrenador alemán.
«Todo debe ser suave, como un gato. La mayoría de los ejercicios se realizan en decúbito, de rodillas, o en sedestación para evitar el exceso de tensión en el corazón y los pulmones», sostenía Pilates. Y consideraba: «Si su columna vertebral es inflexible y rígida a los 30, usted es viejo. Si es totalmente flexible a los 60, usted es joven«.
Hasta sus últimos días, Pilates dio clases en el local de la Octava Avenida de la calle 56, en Manhattan. Tras su deceso, Clara y Romana Kryzanowska, una de las discípulas, tomaron la posta. Lo mismo hicieron, por ejemplo, Eve Gentry, Bruce King, Robert Fitzgerald y Mary Bowen, pupilos que abrieron estudios propios para impartir los conocimientos adquiridos. Fue el comienzo de la expansión que se propagaría al resto del planeta.
«Nunca fue un gran negocio y nunca se promovió a él mismo», comentó recientemente a la BBC Mary Bowen, quien acotó: «Se fue con rabia porque no había logrado uno de sus objetivos. Es verdad que nosotros dedicamos parte de nuestras vidas al método, pero lo que él quería es lo que vemos ahora, que es reconocido en todo el mundo«.
Pilates falleció a los 84 años. Dejó una historia con algunos puntos grises, que todavía abren diferencias entre los investigadores. Pero lo cierto y concreto es que su legado trascendió generaciones y se mantiene altamente vigente en la actualidad, tal como anhelaba.